Es curioso lo que algunas personas dicen acerca de la marginación. Aunque quizás sea más curioso lo que hacen al respecto.
Eso jamás pasó en nuestra clase de eurística.
No creo que nadie pueda entender la automarginación, no creo que nadie quiera.
El estudio de pintura de Pickman tenía algo de esa fascinación que siempre he querido capturar en mi música, inútilmente, salvo en una ocasión.
Pickman fue el primero en escuchar la melodía, y también el primero en morir.
Se desplomó por el hueco del ascensor del viejo estudio en el barrio estepario de Wuncletown; aunque sentí mucho lo que supuse un accidente nunca dejé de pensar en lo último que dijera Conrad Pickman por teléfono.
Dijo algo acerca de ver lo invisible y dijo, textualmente, lo conseguí, lo conseguí, es increíble su perversidad, pero lo logré, he logrado pintar tu música y es indescriptible.
De nuestro grupo de amigos hubo alguien que ni siquiera intentó creerme, Randolph, que se encontraba desquiciado, perdido por primera vez en años sin su fiel e inseparable amigo, y que echaba la culpa de todo al pobre Howard por haberlo abandonado a su suerte cuando lo echaron de la galería que el manejaba en High Artý.
Randolph Carter vivía de la caridad pública, o como él llamaba a su empleo, era crítico de teatro para El Visitante, un pasquín semanal de casi quinientas páginas dedicado a las innovaciones Cult de variaciones en el arte visual.
Randolph sabía o intuía la verdad, y creo que sabía o intuía que moriría pronto.
No se equivocaba, fue el segundo en escuchar la melodía, y, por supuesto, fue el segundo en morir.
Estoy seguro que debió haber sido una sorpresa para él, y de hecho lo fue, tropezó con una boca de tormenta destapada, de las que abundan en nuestra ciudad, y se supone que un camión le aplastó la cabeza, introduciendo con el impacto el cuerpo dentro del drenaje.
La cabeza nunca fue encontrada, lo reconocieron por su prendedor de corbata que tenía unas estilizadas iniciales RC, casi carcomido por los deshechos industriales de esa zona de curtiembres. Nunca se tomaron huellas dactilares, pero todos nosotros reconocimos el cuerpo con seguridad, era lo que Randolph hubiera deseado. Aún casi desintegrado, era él.
Nunca dejé de ser sincero, debería ser creído si les digo que cuando Howard escuchó la melodía en tercer lugar, jamás supuse que sería el tercero en morir. Yo, realmente, esperaba otra cosa.
Howard murió en su galería High Artý, atravesado por la única obra de Pickman que no había querido vender, tal vez con razón, el GANCHO DE PERCHA, era la escultura más reveladora, una pieza clave en la obra de Pickman.
Así uno a uno los seguidores y amigos de Howard Phillips Lovecraft fueron escuchando mi tonada y muriendo.
Sólo ayer logré descifrar porque yo no he muerto, yo soy el compositor, en mi mente yo la he escuchado primero. No es asombroso, está de acuerdo a mi naturaleza, nadie puede escuchar el aullido letal de un banshee, y seguir con vida.
T.I.T.
Enviado por escepticismo a las 03:09 | 7 Comentarios | Enlace
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